viernes, 10 de junio de 2016

reseña: CAFÉ CORTADO de Mónica Lavín

CAFÉ CORTADO
Mónica Lavín

La historia se desarrolla en dos lugares y fechas muy distantes, a principio del siglo XX y a finales del mismo; entre una playa sardinera en Santander-España y un poblado cafetalero en el soconusco de Chiapas-México.
Dónde la realidad y la ficción se van conjugando de una manera tan armoniosa y voluptuosa que hacen de la lectura un balance perfecto como un mismo café cortado, puede lograr.
Un joven abogado que al principio va más que renuente a investigar los inicios de una empresa naviera, se ve envuelto en medio de su investigación en una historia inconclusa que por medio de la imaginación trata de llenar los espacios vacíos que el tiempo y la historia no pudieron preservar.
Diego estaba excitado por la idea, como si él hubiese sido quien hiciera la liga. Tomó la pluma. Fermín no había podido escribirle una carta a Ángela, él lo haría. Hizo el teclado a un lado y buscó su pluma elegante de abogado. Las cartas se escribían a mano. […] Diego soltó la pluma conmovido. Le gustaba la palabra tuyo. Ser de alguien, curiosa manera de la pertenencia del alma. (LAVÍN, 2001:155-156)
Pero no solo eso, sino que él se empezó a apropiar de los personajes y sus vivencias, de hecho con las personas que convivía (cuando lograba salir de su encierro) las hacia parte de este juego, indagando en el alma de la humanidad para colmar a sus personajes de dicha realidad.
-¿Una mujer se acostaría con un hombre aunque no lo desee?, ¿sería ella quien lo propusiera? […]
-Soy Chabelo – suavizó Diego.
-Y yo…
-Margarita […]
-Tú quieres hacer el amor conmigo pero no me deseas- le indico Diego.
-Sí me gustas.
-Soy Chabelo y soy feo y pobre y resentido. […] Recuerda: no quieres pero te vas a acostar conmigo y me vas a hacer creer que me deseas. (LAVÍN, 2001: 129-130)
Nuestro personaje inicial (Diego) que tiene una breve historia y que se desenvuelve intercaladamente, al final de la novela nos da ese golpe inesperado del como su realidad ya está colmada por ficción y sus personajes que le evocaron esa insospechada inspiración.
Diego camino por las calles en penumbra. La cabeza aturdida de amor ajeno. Él sabía cómo acababa la historia y no tenía más remedio que serle fiel a su imaginación. […] Le hubiera gustado tomarse un café con el periodista. Le hubiese dicho que lo admiraba. Frente a él caminaba un hombre con tacones rojos, meneaba el trasero visiblemente varonil. Arreció el paso. Le toco el hombro. ¿Gumaro? (LAVÍN, 2001:199)
El juego de desencuentros, donde los que se aman no se acercan y los que se desprecian sí lo hacen, pone en jaque la felicidad de Ángela, Miguel, Ingrid y el escritor inicial de la historia; Fermín, ya que de no haber sido por él en sus constantes dedicatorias a Ángela, no hubiese desatado la inconmensurable curiosidad de Diego Cabarga, por saber qué ocurrió con estas personas que habían vivido a principios de siglo y hacerlo regresar a México y en específico: el Soconusco para oler, sentir, observar y merodear los mismos sitios en los que sus personajes basados en personas reales, habían transitado.
Que para la sorpresa del joven abogado, se fue a topar por azares de la vida al bisnieto de Ángela y Miguel Islas; que también quería conocer el lugar que colmaba de historias su infancia y su vida familiar relatada por su abuelo, que en ayuda de una sola foto, logro dar con El Chorro, con este final en el que Diego Cabarga deja su cometido inicial en Santander y que al principio detestaba, se torna en una pasión por relatar esa historia de amores y encuentros inconclusos.

Mónica Lavín hace una descripción del soconusco tan detallada, que te apetece estar ahí y que a pesar de imaginar ese intolerable calor, estarías dispuesto a ceder por los platillos, los aromas, las texturas e imágenes visuales de los cafetales, es una polifonía narrativa, simplemente exquisita.

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