CAFÉ
CORTADO
Mónica
Lavín
La historia se desarrolla en
dos lugares y fechas muy distantes, a principio del siglo XX y a finales del
mismo; entre una playa sardinera en Santander-España y un poblado cafetalero en
el soconusco de Chiapas-México.
Dónde la realidad y la
ficción se van conjugando de una manera tan armoniosa y voluptuosa que hacen de
la lectura un balance perfecto como un mismo café cortado, puede lograr.
Un joven abogado que al
principio va más que renuente a investigar los inicios de una empresa naviera,
se ve envuelto en medio de su investigación en una historia inconclusa que por
medio de la imaginación trata de llenar los espacios vacíos que el tiempo y la
historia no pudieron preservar.
Diego estaba excitado por la idea,
como si él hubiese sido quien hiciera la liga. Tomó la pluma. Fermín no había
podido escribirle una carta a Ángela, él lo haría. Hizo el teclado a un lado y
buscó su pluma elegante de abogado. Las cartas se escribían a mano. […] Diego soltó
la pluma conmovido. Le gustaba la palabra tuyo. Ser de alguien, curiosa manera
de la pertenencia del alma. (LAVÍN, 2001:155-156)
Pero no solo eso, sino que
él se empezó a apropiar de los personajes y sus vivencias, de hecho con las
personas que convivía (cuando lograba salir de su encierro) las hacia parte de
este juego, indagando en el alma de la humanidad para colmar a sus personajes
de dicha realidad.
-¿Una mujer se acostaría con un hombre
aunque no lo desee?, ¿sería ella quien lo propusiera? […]
-Soy Chabelo – suavizó Diego.
-Y yo…
-Margarita […]
-Tú quieres hacer el amor conmigo pero
no me deseas- le indico Diego.
-Sí me gustas.
-Soy Chabelo y soy feo y pobre y
resentido. […] Recuerda: no quieres pero te vas a acostar conmigo y me vas a
hacer creer que me deseas. (LAVÍN, 2001: 129-130)
Nuestro personaje inicial
(Diego) que tiene una breve historia y que se desenvuelve intercaladamente, al
final de la novela nos da ese golpe inesperado del como su realidad ya está
colmada por ficción y sus personajes que le evocaron esa insospechada
inspiración.
Diego camino por las calles en
penumbra. La cabeza aturdida de amor ajeno. Él sabía cómo acababa la historia y
no tenía más remedio que serle fiel a su imaginación. […] Le hubiera gustado
tomarse un café con el periodista. Le hubiese dicho que lo admiraba. Frente a
él caminaba un hombre con tacones rojos, meneaba el trasero visiblemente
varonil. Arreció el paso. Le toco el hombro. ¿Gumaro? (LAVÍN, 2001:199)
El juego de desencuentros,
donde los que se aman no se acercan y los que se desprecian sí lo hacen, pone
en jaque la felicidad de Ángela, Miguel, Ingrid y el escritor inicial de la
historia; Fermín, ya que de no haber sido por él en sus constantes dedicatorias
a Ángela, no hubiese desatado la inconmensurable curiosidad de Diego Cabarga,
por saber qué ocurrió con estas personas que habían vivido a principios de
siglo y hacerlo regresar a México y en específico: el Soconusco para oler,
sentir, observar y merodear los mismos sitios en los que sus personajes basados
en personas reales, habían transitado.
Que para la sorpresa del
joven abogado, se fue a topar por azares de la vida al bisnieto de Ángela y
Miguel Islas; que también quería conocer el lugar que colmaba de historias su
infancia y su vida familiar relatada por su abuelo, que en ayuda de una sola foto,
logro dar con El Chorro, con este
final en el que Diego Cabarga deja su cometido inicial en Santander y que al
principio detestaba, se torna en una pasión por relatar esa historia de amores
y encuentros inconclusos.
Mónica Lavín hace una
descripción del soconusco tan detallada, que te apetece estar ahí y que a pesar
de imaginar ese intolerable calor, estarías dispuesto a ceder por los
platillos, los aromas, las texturas e imágenes visuales de los cafetales, es
una polifonía narrativa, simplemente exquisita.
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